¿Por qué incluir otras disciplinas fuera de la ingeniería para hablar sobre justicia social y paz?
La violencia ha sido una constante en la historia de Colombia. Se ha alimentado de la desigualdad social, de la pobreza, de la falta de oportunidades, de la ilegalidad, del narcotráfico, de la corrupción del Estado, y al hacerlo ha permeado profundamente nuestra cultura.
En Colombia, tras décadas de conflictos armados ligados a estas problemáticas, la violencia ha logrado integrarse a la cultura de nuestros territorios: el narcotráfico, las autodefensas, las guerrillas y el propio Estado han instaurado en estos territorios prácticas violentas que se relacionan con las prácticas culturales propias de cada comunidad.
Un ejemplo de esta fusión es lo que ha ocurrido con la música norteña o popular, donde la cultura del narcotráfico encontró un medio para expresar sus prácticas violentas. Esta fusión entre la violencia y la cultura, logra generar afinidad, sistematizar sus prácticas, legitimarlas, hacerlas aceptadas e incluso deseadas en las diferentes comunidades. Favorece el reclutamiento de menores prolongando estas prácticas violentas en el tiempo. Convierte la violencia en algo natural, incluso propio. Esta relación entre la violencia y la cultura permanece en el territorio; una vez el grupo armado se retira, la violencia instaura el miedo, afecta los espacios sociales, de reunión de las comunidades, se instaura en las relaciones entre familiares y amigos, destruyendo el tejido social y posibilitando el nacimiento de nuevos grupos.
Para la construcción de una paz efectiva, que sea sostenible en el tiempo es necesario entender el fenómeno de la violencia en sus diferentes dimensiones y contar con equipos multidisciplinarios que puedan aportar a la generación de procesos de transformación en las diferentes facetas de este fenómeno. De igual manera que la cultura juega un rol en la creación y sostenibilidad de las prácticas violentas, lo hace también en la construcción, visibilización o fortalecimiento de prácticas culturales que se oponen a estas manifestaciones.
Sin embargo, esta reconstrucción cultural es un proceso complejo que no se logra fácilmente, las afectaciones a las víctimas, así como las prácticas violentas vinculadas a la subjetividad de las personas que hicieron parte de los grupos y buscan reintegrarse a la comunidad, requieren de tiempo y de mucho trabajo. En este proceso de construir nuevos modelos de subjetividad, el arte puede jugar un papel preponderante.
En nuestra experiencia trabajando con comunidades que han sido afectadas por el fenómeno de la violencia, el arte es un instrumento pedagógico que posibilita el fortalecimiento de prácticas culturales que se oponen a las prácticas instauradas por los grupos armados. En el municipio de San Onofre, en Sucre, por ejemplo, las tradiciones musicales ligadas a la cultura afrodescendiente fueron prohibidas durante el periodo de dominio de las autodefensas en la región. La música en estas comunidades es utilizada para afrontar los procesos de duelo: en los funerales se baila, se canta y se juega, en busca de levantar el ánimo de los dolientes. Durante sus años de influencia, las autodefensas prohibieron estas prácticas. Cuando alguien era asesinado no se podía hacer un velorio tradicional, los cuerpos eran ocultados o llevados a fosas comunes. Después de la firma de los acuerdos de paz con estos grupos, estas prohibiciones perduraron en las comunidades haciendo que los saberes tradicionales fueran desapareciendo.
Sin embargo, Isabel Martínez de Guzmán, cantadora tradicional de bullerengue y baile cantado, creó el Semillero de Chabelo, una iniciativa que busca preservar estos saberes tradicionales enseñando a los niños y adolescentes del Corregimiento de Libertad, la música y tradiciones de sus antepasados. Este semillero ayudó a la creación de colectivos como Bullenrap, grupo de jóvenes que fusionan su música tradicional con sonidos más urbanos. Tanto el Semillero de Chabelo como en el colectivo Bullenrap, enseñan ahora estas tradiciones y se han constituido como espacios que brindan alternativas culturales al reclutamiento de jóvenes en estos territorios.
Estos espacios pedagógicos ligados a la cultura posibilitan la reconstrucción de la memoria, tanto cultural como histórica; muchas de sus canciones narran lo que ha sucedido en sus territorios permitiendo que las comunidades reflexionen sobre su pasado reciente, abriendo espacios de diálogo sobre lo sucedido, y buscando que las voces de las víctimas sean escuchadas. Al tratarse de ejercicios colectivos participativos mediados por el arte, se convierten en espacios de diálogo donde la comunidad puede empezar a hablar sobre lo sucedido en sus territorios, y a entenderlo. De igual manera, al crear productos artísticos basados en estas reflexiones, estos colectivos permiten la difusión de estos aprendizajes, descubrimientos o creaciones que, al estar ligados a sus propias tradiciones culturales, crean públicos locales que promueven nuevas discusiones y reflexiones sobre lo sucedido en sus territorios.
Pero aún más importante, estas tradiciones culturales están fuertemente ligadas a los territorios que las nutren, son expresión de ellos, constituyendo modelos de subjetividad que generan relaciones armoniosas con su entorno, que lo entienden, protegen y atesoran. Estos modelos de subjetividad habitan en sus prácticas culturales: en su comida, en sus casas, en su música, en su ropa, creando diferentes formas de habitar el mundo que están ligadas profundamente con los valores de su comunidad. La violencia rompe estas relaciones dejando a las comunidades desprovistas de estos valores, fracturadas.
El arte permite participar de los procesos de reconstrucción de esta memoria, de la reconstrucción de estas subjetividades, pero además invita a la construcción de nuevos sujetos que respondan a las necesidades de estos contextos.
En el corregimiento de Libertad, por ejemplo, se desarrolló también la creación de un monumento para un grupo de mujeres víctimas de abuso sexual. Este grupo llevó un proceso de demanda penal, que tomó más de 10 años, y en donde lograron que su agresor perdiera los beneficios de la ley de justicia y paz y fuera condenado por la justicia regular, al no haber confesado los crímenes sexuales cometidos en este municipio.
Tras el proceso de denuncia, este grupo de mujeres fue muy estigmatizado en su corregimiento. La comunidad temía las posibles represalias que, alias el Oso, acusado por el grupo de abuso sexual, pudiera tomar contra ellos. Sus familias se vieron muy afectadas al reconocer públicamente las violaciones, y alias El Oso emprendió una campaña de desprestigio contra el grupo de mujeres demandantes que logró que su comunidad dudara de la legitimidad de su denuncia. Como parte del acompañamiento que la ONG Iniciativa de Mujeres Colombianas por la Paz (IMP), hizo a este proceso, se planteó la posibilidad de crear un monumento de manera participativa que permitiera que la comunidad conociera y valorara el proceso de este grupo de mujeres.
El diseño del monumento se consultó con los diferentes grupos presentes en el corregimiento: adultos mayores, jóvenes, líderes comunitarios, y comunidad en general. Una vez aprobado el diseño, se realizó la base del monumento en mosaico, invitando a la comunidad a participar. Durante cerca de 20 días, previos a la celebración de las fiestas de la virgen de las mercedes, diferentes sectores de la comunidad participaron de la construcción de este monumento. Mientras lo hacían, se comentaba la naturaleza de la intervención, se hablaba sobre lo que sucedió en el corregimiento y se daba a conocer la historia del grupo de mujeres.
La participación en este proceso de construcción del monumento generó un fuerte sentido de pertenencia con la escultura, y a la vez volvió a convertir el parque en un espacio de conversación y ocio. Durante los años de influencia de las autodefensas el parque era un lugar de castigo, durante este proceso de construcción del monumento se pintó todo el parque, cuando empezaron las fiestas, la comunidad estaba engalanada, y muchos de ellos manifestaron que el proceso con la estatua había permitido que a su cultura volviera la alegría.
Si, como en este caso, construimos representaciones de nuestras comunidades, de manera participativa, incluyente, plural; estos procesos propiciarán puentes de diálogo entre diferentes sectores de la sociedad que, al estar mediados por el arte, pueden generar nuevas formas de enfrentar o comprender un conflicto, encontrando terrenos comunes entre visiones opuestas.
El arte permite la exposición o creación de narrativas complejas que pueden generar conversaciones enriquecidas que permitan apreciar las diferentes graduaciones de un determinado fenómeno, permitiendo que partes muy alejadas puedan comprender e integrar los matices de sus contrapartes estableciendo posibles puntos de encuentro. Construir estas nuevas formas de representación participativas, donde el arte se instaura como un contexto que promueve los encuentros, la colaboración la escucha, y la construcción sinérgica de relaciones, contribuye a la construcción de una paz sostenible en el tiempo, permitiendo enfrentar la complejidad del contexto nacional a partir de la riqueza cultural que lo compone; celebrando estas diferencias y construyendo a partir de ellas una verdadera democracia, donde los diferentes sectores de una comunidad puedan dialogar, aportando desde sus respectivos conocimientos culturales.
Estos escenarios mediados por el arte nos permiten imaginarnos futuros posibles, construir nuevos desarrollos culturales que obedezcan a las lógicas de nuestro territorio pero que a la vez dialoguen con el entorno, con otros saberes y conocimientos, siempre conscientes de la imposibilidad de crear una transformación sostenible por si solo. Los ejemplos citados anteriormente, si no hubiesen sido apuestas articuladas con otros actores y organizaciones, no lograrían por sí solos el impacto requerido. De tal manera que si estos ejercicios mediados por el arte, no están articulados con una apuesta estructural con acuerdos entre los diferentes grupos, y de políticas públicas que promuevan la equidad social, es decir, de apuestas sistémicas que puedan aportar desde diferentes frentes a una transformación profunda de nuestra cultura, los esfuerzos se verán opacados por la fuerza del gesto violento que retorna y nos obliga continuamente a volver a empezar a edificar esa compleja identidad que nos acoge a todos como ciudadanos colombianos.